*Ruido de frenazo. Scratch. Plano congelado de mi cara.* “Probablemente os estaréis preguntando cómo llegué hasta aquí, encajado en el escaso espacio que hay entre los dos asientos delanteros de un Seat Panda”.
Pues sí señores. Ese es uno de mis primeros recuerdos en general y de mi relación con los coches en particular. Vamos, que antes de eso mi cerebro no almacena nada. Sí, lo habéis adivinado. Voy a volcar en este artículo parte de mi memoria de petrolhead, a modo de backup, por si un día la pierdo o me la roban. Para los que nos gustan los coches, sería un drama olvidar un día que te gustan los coches.
En un viaje con mis padres a Mallorca, alquilaron un Seat Panda y a mí, que me molaba pipear entre los asientos cosa mala, no me sentó muy bien eso de no ir atado a los inexistentes cinturones de seguridad traseros. De sillita infantil ya ni hablamos. En un frenazo, debido a la mala costumbre que tienen los cuerpos a continuar su trayectoria, acabé encajonado entre los asientos delanteros. No morí. Todo acabó en un susto, lo típico que se suele decir cuando te pasan por Whatsapp un vídeo en el que ocurre un accidente y se ven los cachos de persona volando por los aires.
Otro magno recuerdo que tengo es el de ir por la autopista en la parte trasera del Renault 5 TL que tenía mi padre, con el asiento abatido. La aguja del velocímetro estaba sobre el último número: 140. Yo flipaba, claro. Años más tarde, comentándolo con mi padre, me dijo que eso era imposible, que aquel coche no pillaba 140 km/h ni de coña. Dejémoslo tal cual entre las suaves nubes que rodean los recuerdos infantiles y supongamos que fue verdad.
Más cosas: ¿A quién no le hacía ilusión ir a un concesionario de pequeño? A mí me entusiasmaba. En realidad solo fui una vez. Recuerdo ir con mis padres y una amiga de la infancia a ver el flamante Opel Corsa A que se querían comprar mis padres. El vendedor me preguntó que cuál me molaba más, y le señalé (de pequeño era muy tímido, hablaba poco y lo que decía muchas veces no tenía sentido -igual que ahora-) un Corsita 5 puertas de color plateado con llantas de chapa sin tapacubos. Las que tenían los agujeros triangulares. Joder, acabado de descubrir el momento exacto en el que me empezaron a molar las llantas de acero. Las steelies que dicen ahora los que van de guays. Maravilloso.
El coche no nos lo llevamos. Nos largamos a casa con lo puesto. Pero al cabo de pocos días mi padre me dice: “Vamos a la calle que te quiero enseñar algo”. Yo ya me olía la tostada, y al salir del portal, ya de noche, mi padre me señaló los dos coches que había aparcados justo enfrente y me dijo: “¿Con cuál quieres darte una vuelta?” Esos dos coches, eran un Ford Escort XR3i, que yo ya conocía de un vecino, y un flamante Opel Corsa TR GLS 1.3 S gris metalizado. Me cago en la puta casi me pongo a llorar. Que le jodan al XR3i. En aquel momento, yendo en el asiento trasero del Corsita era el niño más feliz del mundo. DE TODO EL PUTO MUNDO. Qué maravilla. Qué tapizado tenían los asientos. Qué bonito sonido hacía el motor y la palanca al cambiar de marcha. Todavía los tengo grabados a puto fuego. Y qué olor a nuevo.
Lo del olor a nuevo por desgracia no duró mucho. Semanas más tarde, debido a la ingesta de un bocata de queso manchego que se salía de la escala de toxicidad pegué una trallada maja en los asientos traseros.
Este es el coche que nos llevó incansablemente cada verano al pueblo, uno de Soria y otro de Badajoz, escuchando el Max Mix 5 y el Caribe Mix, ambos en cinta por supuesto. Como no había aire acondicionado, ni se le esparaba, el truco estaba en levantarse muy temprano para salir a la carretera mucho antes de que saliera el sol.
Mucho más tarde, tras 14 años de fiel servicio, mis padres decidieron jubilarlo. Sabía que al deshacernos de ese coche se iba mucho más que un simple automóvil. Se iba un colega, un amigo, un SOCIO, como llamaba Michael Knight al KITT. Pero se fue. Y ya no hubo vuelta atrás. Se cerró un capítulo de la vida, como quien cierra una puerta de portazo y después se hace el más absoluto silencio y se funde la imagen en negro.
Días más tarde, acompañé a un primo mío a buscar unas piezas para su Citroën Saxo VTR a un desguace. Delante de mí me topé con una pila de coches casi de sopetón. Levanté la cabeza poco a poco y observé con horror el coche que había arriba del todo. Era el Corsita. MI Corsita. Le habían sacado los asientos traseros y los habían tirado de cualquier manera en el interior. Pero lo que más me impactó es que le habían sacado los faros. Era como si le hubieran arrancado los ojos. Allí yacía, cubierto con una fina capa de nieve, sin decir nada y sin poderme ver. Este es uno de los recuerdos más tristes que tengo, diría yo.
Algunos dirán “solo es un coche”. Sí, joder. Pero era NUESTRO coche. Con el que creces, te acompaña a lo largo de un cacho de tu vida y tienes mil experiencias.
Con este coche es con el que me saqué el carnet de conducir, y es el que más me ha marcado con muchísima diferencia. Todavía a día de hoy, ya con los huevos bastante negros, todavía tengo sueños recurrentes en los que lo conduzco. Y me despierto super feliz, hasta que me doy cuenta de la triste realidad y me doy la vuelta a llorar con la cabeza debajo de la almohada. Lo típico.
Después de ese coche, como dio muy buen resultado, mis padres decidieron pillarse un Opel Astra G, por aquello de repetir marca. Supongo que me pilló ya mayor, supongo que ya era un coche con demasiada electrónica o supongo que la tragedia de perder al Corsa para siempre influyó, pero jamás le tuve aprecio a ese vehículo. Vamos, que me la sudaba. Hizo su servicio hasta hace bien poco, ya con achaques de vejez demasiado frecuentes y fue retirado del servicio sin pena ni gloria.
Luego ya en la edad adulta los recuerdos son más recientes y ya no tienen ese glamour y, qué coño, tampoco la puta nostalgia que pone un fino velo en los recuerdos para hacerte pensar que todo era mejor antes.
Y como las experiencias de ahora son las que van a ser los recuerdos del futuro, por eso me pillé algunos vehículos maravillosos, entre ellos un Honda S2000, que era una de las máquinas que más obsesionado me tenían.
Y básicamente ese es el resumen de mi vida Petrolhead. A los amigos, a la universidad, al curro… a todo eso que le den. Aquí hemos venido a hablar de coches.
¿Vosotros creéis que los niños de ahora tendrán este mismo tipo de recuerdos de sus vehículos de la infancia? Es más, ¿a algún niño le importará una mierda los coches de cuando eran pequeños? ¿O lo único que recordarán es que podían conectar su puto móvil con Android Auto o Apple CarPlay? Qué triste futuro le espera a las nuevas generaciones.
Y vosotros, ¿cuáles son los primeros recuerdos que tenéis con vuestros vehículos? Compartidlos con todos nosotros y con tito Zuckerberg, que seguro que nos está viendo.